Los peores libertarios son los salteños

“Los libertarios de Salta, son por lejos, los peores del país”,fue lo que escuché en una charla bastante politizada y no hace falta desglosar mucho la frase para asimilarla. Por más que pretendan buscar algún culpable o inventarse un enemigo para distraer, la realidad les pega en la cara. Concejales denunciados, violentos y desubicados, junto a una militancia exacerbada, todavía ni siquiera asumieron, pero ya se probaron el traje del poder y les gustó. Recontra subidos al pony.

Lejos de diagramar soluciones o plantear proyectos, los que se autoperciben como la nueva política, ya se embriagaron de unas ínfulas de grandeza pocas veces vista, sin mover un solo dedo. No se les conoce gestión alguna, pero escándalos les sobran. Dignos discípulos de Olmedo.

Denuncias de todo tipo, desde la recolección irregular de aportes, violencia, abusos y hasta contaminación le dan los tonos oscuros al violeta amarillento de los seguidores de Javier Milei en Salta. Hasta el “brazo armado” libertario, denominado “las fuerzas del cielo”, salieron a despegarse de las aberraciones conocidas. 

Y la que les queda es hacerse los distraídos, aplicar la misma que un perro que volteó la olla. En pocas palabras, hacerse los boludos, como que nada ocurrió. 

Lo que cabe preguntarnos es cuanto más estamos dispuestos a dejar pasar. ¿Vamos a normalizar el papelón?, por no decir las prácticas violentas, crueles y desalmadas de Milei y sus secuaces en nuestra provincia. En pos de apoyar al león, ¿aceptaremos las barbaridades de su manada?

Mientras se regodean con la ínfima cuota de poder que les prestó el electorado, la crisis se profundiza y los especialistas vaticinan algo mucho peor. Las medidas del Gobierno libertario no han servido para mejorar la vida de nadie que no sea de ellos mismos y sus amigos. Es hora de aprender que no se le da armas a un mono inestable y mucho menos a una bandita de estos.

El termómetro de la calle va cambiando significativamente, el ataque a los más vulnerables genera indignación a propios como ajenos y de eso, tarde o temprano, no hay monarca que escape.