Escándalos, improvisación y votos: la otra cara del fenómeno libertario en Salta

Mientras La Libertad Avanza gana terreno en Salta capital, sus candidatos acumulan escándalos que ponen en duda la solidez del proyecto. Entre el voto bronca y la falta de propuestas, el panorama electoral salteño se vuelve cada vez más incierto.

Opinión20/07/2025 Nahuel Salazar

NOTA WEB

El fenómeno libertario logró capitalizar el desencanto social en distintos rincones del país, y Salta no fue la excepción. En las elecciones municipales, el espacio de La Libertad Avanza se posicionó con fuerza en la capital provincial, superando incluso al armado del gobernador Gustavo Sáenz. Sin embargo, detrás de los buenos resultados en las urnas, el espacio arrastra una serie de escándalos que ponen en duda no sólo la idoneidad de sus representantes, sino también la solidez ética y política del proyecto que promueven.

El historial es difícil de defender. “Chuky” Flores, exconcejal olmedista y payaso de profesión, fue destituido por ingresar a robar a una vivienda. Su reemplazante fue Emilia Orozco, hoy diputada nacional, cuya carrera política parece más ligada a su cercanía con Alfredo Olmedo que a un recorrido propio o propuestas concretas. Y como si fuera poco, esta semana explotó un nuevo escándalo: Pablo López, actual concejal y también integrante del círculo olmedista, fue denunciado por violencia de género tras la difusión de audios con presuntos pedidos sexuales a una militante.

Bronca no es lo mismo que propuesta

Lo que debería encender las alarmas no es solo la calidad de los candidatos, sino la lógica detrás de su selección. La Libertad Avanza en Salta no se caracteriza por construir cuadros técnicos ni equipos de gestión, sino por premiar la lealtad personalista. El problema de fondo es que la renovación prometida muchas veces termina siendo una repetición de las peores prácticas de la vieja política, pero con caras nuevas y discursos más estridentes.

Más allá del impacto inmediato de estos escándalos, lo que está en juego es el tipo de representación que se construye de cara al 2025. En una provincia donde los liderazgos suelen consolidarse desde lo territorial, con militancia de base, recorrido institucional y conocimiento del territorio, los libertarios enfrentan un escenario complejo. Su crecimiento en las urnas fue notable, pero no necesariamente sólido. Hasta ahora, demostraron una gran capacidad para canalizar el enojo social, pero muy poca para gestionar, articular o proponer.

El eterno “outsider” y su campera amarilla

Alfredo Olmedo todavía se vende como si fuera ajeno a la “casta”, pero lo cierto es que hace rato forma parte del entramado político salteño. No es ningún recién llegado: fue diputado, se presentó a múltiples elecciones y viene construyendo su figura hace años. Su discurso disruptivo, muchas veces al borde del delirio, conecta con ciertos sectores desencantados. Pero el precio de rodearse de personajes improvisados, violentos o directamente delictivos puede ser alto incluso para él. La política es también una cuestión de confianza, y la acumulación de escándalos erosiona rápidamente cualquier capital simbólico. La apuesta por lo “distinto” se desdibuja cuando las prácticas son las de siempre —o incluso peores.

En ese sentido, Olmedo no representa una renovación, sino una continuidad disfrazada. Su figura funciona como un puente entre el discurso anticasta y las prácticas más tradicionales de la política provincial. Con un estilo provocador, logró instalarse en la escena pública, pero sin ofrecer nunca una visión clara de gobierno ni un equipo serio que lo respalde. Su liderazgo es más mediático que territorial, más emocional que programático. Y eso tiene consecuencias: cuando el proyecto depende de una sola figura y carece de estructura institucional, cualquier traspié —propio o ajeno— puede desestabilizar todo el armado.

Salta, en la encrucijada

El escenario sigue abierto. La Libertad Avanza supo leer el humor social mejor que otros espacios, pero su falta de profesionalismo y los conflictos internos podrían volverse en su contra. Mientras tanto, el oficialismo y las fuerzas tradicionales deben dejar de subestimar a los libertarios y ofrecer respuestas concretas, porque si algo está claro es que la bronca sigue siendo combustible político.

De cara a las próximas elecciones, Salta se encuentra ante una encrucijada. La irrupción libertaria dejó en evidencia el desgaste de los espacios tradicionales, pero también mostró los riesgos de apostar por lo nuevo sin filtro. La sociedad salteña busca cambios, pero no a cualquier costo. En un contexto donde la credibilidad está en crisis y la representación política es cada vez más frágil, será clave que la dirigencia —toda— se haga cargo de su rol. No alcanza con señalar los errores del otro: hay que construir alternativas reales, responsables y comprometidas con los problemas concretos de la gente. Caso contrario, el vacío lo seguirán ocupando quienes gritan más fuerte, aunque tengan poco —o nada— para decir.

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